El asesino de mapaches
Los primeros serán postreros, y los postreros, primeros
San Mateo 20:16
Mi historia juvenil con Mariana difiere de la que vivió Carlos de Las Batallas en el Desierto o de la que cantó Willie Colón con Lavoe en Qué Lío. La diferencia es que nosotros pudimos querernos como se quieren los primeros amantes: con intensidad y con duda. ¡Ya decía yo que los primeros amores nunca son correspondidos!
Recuerdo aquel viaje que hicimos hacía playa Miramar, fuimos todos los amigos de la preparatoria y muchos nos pusimos nuestra primera borrachera. Con toda la intención, tengo muy pocas memorias de aquella travesía. Recuerdo que, por primera y última vez, mis amigos me vieron llorar. Estábamos todos reunidos en el hotel cuando Ricardo me arrojó aquel peluche de mapache. Lo tomé entre mis brazos y me preparé para lanzárselo a alguien más, cuando me di cuenta de que ese peluche era en realidad un mapache muerto. Lo sostuve de la barriga; la cabeza, ya sin vida, colgaba hacia un lado. “No mames, Ricardo”, escuché mi voz decir mientras otros reían y algunos más maldecían al asesino. Inmediatamente sentí ganas de llorar y coloqué el cuerpo junto al jardín antes de huir al baño. Tardé mucho tiempo en salir porque no quería que nadie viera mis ojos rojos e hinchados. Todos se fueron a la playa sin mí.
Mariana nunca había sido cruel con nadie ni la había escuchado insultar a alguien, pero con el asesino fue diferente, parecía odiarlo. En el viaje de regreso no dejó de maldecirlo.
Meses después decidimos alejarnos; nuestras respectivas escuelas estaban muy alejadas y, además, la luz que antes parecía inapagable ahora se encendía de vez en cuando sin lograr mantenernos tibios.
Para cerrar la historia, ítem, casualmente conocí a otra Mariana en el camino: mi excompañera de la maestría y ahora mi esposa. Ayer por la mañana, después de llevar a Paulina –nuestra hija– a las clases de natación, decidimos caminar por la Lagunilla. Qué pequeño es el mundo, pero más pequeño es el tianguis. Volví a ver a Mariana después de 15 años. Estaba vendiendo cuadros de animales pintados por ella y, para mi sorpresa, su ayudante y actual pareja era el asesino de mapaches. Mariana decidió saludarme con una sonrisa y el asesino simplemente decidió fingir que no me conocía. Creo que así es mejor para todos.