Las quesadillas del metro lindavista
Hoy por la mañana salí con César, lo llevé a comer mis quesadillas favoritas. César es mi prometido. De camino al restaurante estuvimos hablando sobre la relación que guardan los objetos con las personas. Él me platicaba que la leche condensada le recordaba a su ex esposo. Dijo que su semen era tan dulce y espeso que en una ocasión lo untó sobre sus hotcakes. Además de grotesca, esa comparación me pareció bastante simplona. Había llegado mi turno de hablar cuando llegamos al lugar.
Mientras esperábamos nuestra comida, llegó José, mi ex novio, a quien no veía desde que nos separamos. Tuvimos una relación muy larga, y me atrevería a decir que bastante aburrida si no hubiera terminado como terminó. Me acerqué a José y le presenté a César. Aún mantenía ese aire jovial que lo caracterizaba tanto. El brillo en su mirada era el de las personas que no guardan rencor. Me alegró ver que lucía tan bien, pero al mismo tiempo me sentí triste, ya que parecía que haberse alejado de mí lo había rejuvenecido. César comenzó a interrogarlo amistosamente y noté que José no me miraba, era como si yo no estuviera ahí. Poco me importó porque mi quesadilla me supo particularmente rica y mi vida ahora giraba alrededor de César.
Pagamos y nos despedimos rápidamente. De camino al auto mentí diciendo que necesitaba regresar para usar el baño. Quería hablar con José. Tal vez decirle cuánto sentía que nuestra relación hubiera terminado como terminó, tal vez estaba empecinado con que me viera a los ojos. Mientras me acercaba a José las palabras comenzaron a escaparse. Aproveché que llevaba una bolsa de una tienda departamental y me apresuré a preguntar:
—¿Me compraste un regalo?
—A ti no. Pero sí es un regalo. Son unos calcetines que le regalaré a un amigo, por su cumpleaños.
—Unos calcetines, ¡qué coincidencia! ¿Te acuerdas? Esa fue la gotita que derramó el vaso entre nosotros, nuestro vaso.
—De todas las cosas que me puedes decir me vienes con eso. Eres un imbécil.
Se volteó y no encontré ni las palabras ni el valor para seguir hablando.
Claramente nunca pudo olvidar aquella noche que comparé nuestro amor con el calcetín que siempre se cae de camino al tendedero.
—Así es nuestro amor, querido; está destinado al fracaso
-Días después nos separamos y no nos volvimos a ver, hasta hoy.
De regreso a casa, le respondí a César que había un objeto que asociaba con José: el calcetín mojado.