Les voy a contar la historia de como murió mi bisabuelo, el abuelo de mi madre.

Una tarde de un 4 de julio de un año entre 1945 y 1950 después de la entrada de cera en el pueblo de Morillos, los bisabuelos y sus hijos volvían a pie rumbo a Cañada del Cacao, haciendo un recorrido que podía tomar hasta 5 horas desde las faldas del cerro hasta su casa. Aquel día, a un par de kilometros antes de llegar a su casa mi bisabuelo sugirió a los demás que siguieran el camino mientras él buscaba unas buganvilias para su té.

El bisabuelo se alejó de la vereda y empezó a hacer espacio con su machete. La planta que buscaba crecía cerca del arroyo así que para allá se encaminó. Inmediatamente después de haber terminado de cortar sus flores, una fuerza extraña lo obligó a girar la cabeza hacia el arroyo. Lo primero que vio fue la cabeza de una serpiente que atisbaba en su dirección, como buscándole los ojos. Avanzaba en dirección de la corriente, y digo avanzaba porque coleaba más rápido que el cauce. Era una serpiente ancha ancha. Inmediatamente el bisabuelo se hizo del machete por si al animal se le ocurría salir a tierra. Lo empuñó con fuerza y se preparó a atacar. La mano le empezó a sudar tanto que el machete casi se le escapa de las manos. Con un movimiento ágil lo volvió a blandir, esta vez con más fuerza y al sentir el machete como extensión de su cuerpo se calmó. Su tranquilidad se convirtió de un momento a otro en pánico cuando notó que la serpiente no terminaba. Habían pasado apenas dos minutos o quizás un poco más pero la serpiente no tenía fin, la corriente era bastante fuerte, lo que exaltó más al bisabuelo... en todo este tiempo y a esta velocidad, ¿qué tamaño tendría la serpiente si aún no veía la cola? El animal avanzaba y avanzaba, por ratos zigzagueaba más violentamente sin alejarse del centro. Sus ojos de mi bisabuelo se habían paralizado viendo las escamas café lodo, que apenas brillaban por las gotas que le escurrían. Quería gritar pero el miedo no lo dejó. Ganas de atacar, pocas; miedo de cerrar los ojos, mucho. Se le ocurrió que corría peligro si le daba la espalda al animal así que comenzó a caminar hacia atrás, lentamente, hasta que perdió de vista el arroyo.

Cuando llegó a casa le contó a la abuela lo sucedido y fue a advertir a todos los señores del pueblo lo que había visto. "Una serpiente que no tiene fin", les dijo.

Los siguientes días, según la bisabuela, no había notado ningún cambio de humor en su marido. El semblante era más sombrío pero no sabía decir si era por la falta de descanso a la que estaban acostumbrados o por el hambre. Después del día cinco el bisabuelo no volvió a pronunciar palabra y para la semana siguiente ya lo estaban enterrando. Murió del susto, decían todos.